La vida real es esta: Carpe Diem

Muchos estudiantes, en particular adolescentes, creen y sienten que están en una especie de limbo. Constantemente te preguntan cosas relacionadas con la vida real. Un poco más mayores logran adormecer esa inquietud  y quedan a la espera de ese momento mágico en que comienzan a vivir de verdad.  Me pongo a echar cuentas mentales y veo que una persona que, pongamos, llega a los 100 años (por eso de redondear) se ha pasado un cuarto de su vida (entre que acaba carrera y hace algún posgrado rápido) viviendo una vida que no considera real.

La vida real es cada día desde que nacemos, incluso mientras estamos estudiando. Aunque quede a veces poco tiempo libre, y parezca que no se tiene ningún control sobre nada, debemos esforzarnos por  estar presentes en nuestra vida: presentes en el momento presente. Observando a quienes nos rodean, siendo conscientes de nuestras interacciones cotidianas, aceptando las cosas que no pueden ser cambiadas tal y como son y  (como por ejemplo, que toca estudiar y se me da un poco peor esto o aquello),  desarrollando intereses, practicando deportes, colaborando con quienes están a nuestro alrededor, queriendo a quienes nos quieren… Básicamente, viviendo. Si no aprendes a vivir tales cosas como reales, a saborearlas y disfrutarlas, te haces un flaco favor, porque son esas experiencias, y no otras, las que sirven como motor de la vida.

Muchos son los niños y jóvenes que deben enfrentarse a la cruda realidad a edades muy tempranas. No hace falta que pensemos en dramas televisivos: un transtorno de aprendizaje no detectado a tiempo, el bulling, la separación de los padres, la muerte de seres queridos, las consecuencias de la actual crisis económica, etc. son pruebas que los enfrentan a la vida cuando sus mayores todavía estamos tentados a mantenerlos en una burbuja. Pero los malos tiempos también forman parte de la vida real, y lo cierto es que  la forma en que ellos los vivan dependerá en gran medida de cómo reaccionemos sus adultos de referencia y cómo les orientemos. Cuando aún cuentan con nuestra protección, podemos enseñarles, a enfrentar la adversidad, a generar una habilidad resiliente que todos tenemos dentro en menor o mayor medida y a saborear las pequeñas cosas.

¿No sería estupendo que los seres humanos tuviéramos una mayor capacidad de percibir lo que tenemos, sin experiencias dolorosas mediante? Me propongo avanzar un pasito en eso de sentirnos inmersos (y razonablemente a gusto) en la vida real, tengamos la edad que tengamos.

Ser parte de la dinámica de la vida

 

Por lo general, si hago algo, algo ocurre después. Por poner un ejemplo trillado, si mi madre me repite mil veces que haga la mochila, pero a la mañana siguiente voy al cole sin problemas porque está lista, estoy viviendo una situación que no está ligada a la vida real. En la medida en que sea consciente de que mis acciones tienen consecuencias en mi entorno, me sentiré vivo y parte de lo que me rodea.  Lo normal será buscar provocar consecuencias positivas,  por lo que los adultos deberemos estar atentos:  solemos destacar más los fallos e invertimos más energía en reprochar estos que en señalar y alabar las virtudes, algo que deberíamos cambiar.

Aprender a sentir

Más laborioso y menos práctico en lo que a tiempo se refiere (y todos sabemos que de tiempo andamos escasos) es el enseñar a sentir.

Podemos comenzar con este ejercicio, sencillo pero efectivo.

Las penas no se ahogan en chuches

Si pasó algo por la mañana en el colegio o en el instituto, no enseñamos nada con un ´anda, anda, que no es para tanto´. Dedicar unos minutos a charlar sobre el tema, que profundice en lo que ha sentido, en los motivos reales de esos sentimientos y que luego descubra por sí mismo que, efectivamente, no merece la pena que se entristezca por ello, es una gran inversión de futuro. No solo porque creamos un puente de comunicación desde el respeto y nos posicionamos como un lugar al que acudir en caso de necesidad, sino porque a sentir se aprende sintiendo.

Lo mismo con las alegrías. ¡Especialmente con las alegrías! ¿Cuántas veces después de un día magnífico analizamos lo que sentimos en cada momento?  Una tertulia nocturna, ya en pantuflas, sobre las cosas buenas del día debería ser receta obligada para construir una enorme reserva de fortalezas para las épocas más complicadas.

ImagenEl frasco de las buenas cosas, una idea de la página de FB ´Una vida lúcida´